sábado, 19 de febrero de 2011

eBooks, libros electrónicos y ciberlibros

28.1.11

Después de hacer algunas probatinas con algún prototipo, hace tres veranos me compraron un kindle y sólo he sido capaz de leer un libro en él y era porque estaba dedicado a John Lennon. De momento, y como instrumento de lectura no me gusta nada, aunque desde el punto de vista teórico le veo muchísimas ventajas y creo que potencialmente tiene muchas más. Me parece interesante lo que comentan algunos psicólogos cognitivos sobre la velocidad con la que pasan las páginas y la retención de lo leído. Es posible que el cerebro no sea capaz de fijar convenientemente en la memoria primera, sobre la que se lleva luego el proceso de comprensión, del mismo modo que aunque el ojo sea capaz de ver las imágenes a más de 24 fotogramas por segundo o incluso entender lo que pasa, lo que nos ocurre cuando rebobinamos (me gusta usar la palabra aunque ya no haya bobinas), algo similar puede pasar con el libro electrónico.

Yo leo muchísimo y más que un bibliógrafo soy un bibliómano. Utilizando el procedimiento que usamos los bibliotecarios para contar el número de libros mediante los metros lineales de estanterías yo tengo unos 28.000 libros, de los cuáles puede que en torno a 10.000 los haya heredado de la biblioteca de mi padre y de mi madre y algunos miles más de las bibliotecas de mis tías. La sensación que siento cuando estoy en mi biblioteca rodeado de mis libros podría asemejarse, tal vez, a la que sentía antes de la llegada de las palomitas y de la cola-cola en tamaños monstruosos, cuando iba al cine a una sala de Gran Vía o de la calle Fuencarral. Desde luego, no es lo mismo que verlo en la pantalla de mi televisión por muy buena que sea.

Si desde el punto de vista de la legibilidad le puedo poner algunos peros bastante difusos, desde el punto de vista biblioteconómico o social le veo unas virtudes enormes. Lenin decía que la biblioteconomía era una ciencia social. La posibilidad de tener acceso a tantísima información por un precio muy barato, sin hablar de la piratería, es tan indiscutible que no merece la pena entrar en ello.


Ya que hablo de la piratería voy a dar mi opinión. El otro día le compré a mi hija que estudia francés, además de inglés, en iTunes un disco con 52 canciones de Georges Brassens, sus grandes éxitos, por 3,99 euros. Dado que la copia no tiene prácticamente coste, sólo con ese precio puede suprimirse la piratería puesto que al fin y al cabo iTunes mantiene un catálogo y envía unas alertas, pero no realiza ningún trabajo cuando se efectúa la copia. Los que, en cambio, si me parece que se benefician mucho del creciente tráfico en Internet de todo tipo de información y no pagan un duro son las operadoras, grandes beneficiarias de esta transformación social y que se ponen de perfil para que nadie les diga nada.

Hace poco Arcadi Espada, al que le han dado un cargo de, digámoslo desagradablemente, de palanganero de las sociedades de gestión de los derechos de autor, para justificar que se debía poner un canon cuando uno compra un soporte ya que en el puede llegar a copiar algo, ponía el siguiente ejemplo: Cuando uno compra una botella de whisky es para bebérselo. Pues la verdad es que tiene razón, lo que ocurre es que parece no darse cuenta que beberse un whisky no es un delito y que hacer una copia de salvaguardia en un CD o en un dispositivo USB, que por cierto nunca están en los top manta, tampoco. Si uno le pega en la cabeza a otro con una botella de whisky sí es un delito y si uno trafica con la información que descarga también lo es.

 Cierro con lo inicial. A mi beberme un whisky en mi biblioteca rodeado de mis libros y, sobre todo, tumbado en un sofá me gusta mucho más que consultar ese mismo libro en un dispositivo móvil. Pero seguramente son rarezas de señor mayor.


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