Entre Procesión y Procesión he tenido la oportunidad de ver un par de exposiciones en Santander (Spain). La primera, excelente, dedicada a Mariano Salvador Maella, puede visitarse en la Sala de Exposiciones de la Fundación Botín. La segunda, Exposición Fondo Local Antiguo, en la Biblioteca Central de Cantabria.

El fondo local de Cantabria no ha tenido tanta suerte, de hecho la ha tenido, pero muy mala. Todo, el montaje de las piezas, la redacción de las cartelas, la luminosidad, es un auténtico horror. Al menos no se ha preparado un folletito con el catálogo y así, al menos, no quedará para la posteridad y eso lleva ganado (la posteridad). El montaje está hecho como si la intención del montador, evidentemente un aficcionado, tuviera como objetivo dañar los ya muy deteriorados materiales bibliográficos expuestos; unos libros se apoyan en otros, perfectamente combados, las hojas sueltas no están sujetas por ningún passepartout, sino pegadas, y uno prefiere no saber cómo, en un cuadrito con un marco espantoso. Las publicaciones periódicas, o algunas hojas de ellas, cuelgan a pesar de ser formato tabloide verticalmente de las paredes. Uno podría hacerse la ilusión de que se trata de facsímiles, pero mucho me temo que son originales, dada la actitud refractaria a la digitalización que se muestra por mi tierra. Pocos serán los que dentro de unas decenas de años podrán consultar los completamente machacados materiales. Es el montaje de unos aficcionados, con pocas ganas.
Aconsejo al intrépido visitante de la exposición que no lea las cartelas que acompañan a cada pieza. Además de estar espantosamente diseñadas, carecen en la práctica totalidad de los casos de indicaciones bibliográficas precisas. En los pocos casos en que las tienen son erróneas y se trata de errores tremendos entre las figuras de editor, impresor, litógrafo, etc. Por fortuna en la mayoría de los casos, como he dicho, son s.i.t., y eso sale ganando el curioso visitante. Ya digo, ha sido un acierto no redactar un catálogo porque no habría sido razonado. Desde luego, quién ha perpretado las cartelas tiene muy pocas luces.
Pocas luces que, en cambio, le sobran a la sala, cuyo número de luxes debe ser equivalente al estallido de una supernova. Pero por si estas medidas destructivas no fueran pocas, se ha tomado la precaución de no poner ninguna cortina a la ventana que arroja un torrente de luz sobre las cuidadas piezas bibliográficas, que polvo serán, pero polvo desenamorado. Qué poco gusto por la bibliografía, aunque sea local, tienen quienes han amontonado de la peor manera posible estas joyas bibliográficas.
Porque joyas son, a pesar de la modestia de su impresión. La imprenta en Santander empieza ya a finales del siglo XVIII y no ha producido verdaderamente ninguna joya bibliográfica, aunque cuenta, en este caso en la Biblioteca Municipal, con una completísima colección de publicaciones periódicas. La fecha de la publicación del catálogo que las describía en el último lustro del siglo pasado, donde alguien que yo me sé era director, intentó lograr la mejor de las descripciones bibliográficas posibles que perfectamente habrían podido copiarse para esta exposición. El estado de la bibliografía cántabra puede conocerse perfectamente consultando el libro de Juan Delgado Las bibliografías regionales y locales españolas: evolución histórica y situación actual. Madrid, Ollero y Ramos Editores, 2003. A pesar de los años transcurridos no ha avanzado un milímetro el conocimiento publicado sobre la bibliografía cántabra y sigue inédito el esfuerzo mayor que se hizo para elucidarla. Afortunadamente, este esfuerzo muy menor, es inédito por naturaleza y si no fuera por el irreparable daño que se está causando a las piezas expuestas, se habría quedado en una muestra de irrisoria garrulería (Antes de meterse en un bardal consúltese en el diccionario los dos términos que acabo de utilizar).

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